jueves, 9 de agosto de 2012

Pávlov

Hace unos días, un padre futbolero me siguió tres veredas al grito de "¿cuánto tiene tu pibe?", para ver si podía hacerse "amigo" de su nene, otro bebé que saltaba al compás del trote paterno. Este buen hombre se vio intensamente confundido al saber que se trataba de una niña, y me contestó: "ah, pero entonces, claro, yo creí que era un varón por la manta celeste", aludiendo al abrigo que ese día llevaba Malena. Por supuesto, el tema de la amistad dejó de interesarle en ese mismo instante y sólo se encargó de la equivocación que yo le estaba llevando al mundo. Algo parecido nos pasó ayer, cuando mi hija portaba un hermoso gorro turquesa que una señora decodificó como perteneciente, de manera inequívoca, a un varón. En ese momento descubrí el desperdicio de haber asociado el color celeste y sus derivados al sintagma "es un varón", porque parece ser el único elemento del código social y urbano al que todas las personas hacen caso sin dudar, sin tergiversar, y sin ninguna demora, tal vez como un homenaje a los años dorados del conductismo. Si hubiéramos sido medio vivos, el celeste y sus derivados podrían haber asumido los siguientes sentidos:

Celeste y sus derivados = saquen la basura el día en que pasa el camión recolector, y en el horario indicado.
Celeste y sus derivados = lleven una maldita bolsa de nylon para la caca de sus perros.
Celeste y sus derivados = si quieren hacer una protesta en serio y provocar un gasto a sus jefes, levanten los molinetes y no suspendan el servicio de subtes, manga de siomes.
Celeste y sus derivados = por una vez, no voten a zombies y refritos de la derecha, ¿quieren?

De manera evidente, por asignarle un significado bobo y machista como "ah, debe ser varón", hemos perdido una oportunidad de transformación potente y duradera basada en el código cromático. Si seremos lentos.

lunes, 16 de julio de 2012

Transicionera

Para una madre primeriza, el concepto "transición" es vital para sobrevivir cualquier momento indescriptible de su experiencia con el bebé: si no duerme desde hace semanas, está en la transición de los dientes, si se despierta cada 20 minutos, está en la transición de saber que es un individuo separado de tu persona —algo que le parece horrible ahora pero luego, con la vergüenza que le vas a dar en la adolescencia, va a agradecer con todo el corazón—; si se amotina y se vuelca apenas lo sentás en el piso, está en la transición hacia el gateo, y demás fases metamórficas que intentan explicar por qué hace varios meses que no te peinás como corresponde, olvidaste el hidratante facial matutino, ni usás tacos.
Sin embargo, existe otro tipo de transición y es la temporal: aquélla que surge cuando el bebé está despierto, no quiere hacer nada por su cuenta y hay que cargarlo a upa hasta que cambie de opinión. Esta fase del día se distingue claramente de la que, gloriosamente, nos permite hacer algo de manera mínimamente eficiente porque el retoño duerme o juega, y también se separa de la que, en forma desesperante, te sumerge en el ritmo gomoso de un niño preso del fastidio o del sueño. La transición ondulante del bebé a upa parece, a simple vista, un castigo, pero en realidad es una oportunidad revolucionaria para hacer aquello que evitamos sistemáticamente cuando (oh, ociosos) salíamos viernes y sábados: solucionar por teléfono gestiones comerciales o trámites varios. Sí, señor: todos los organismos públicos y las empresas con número para quejas deberían prevenirse de hacer las cosas mal, porque la defensa al consumidor, hoy, viene de la mano de las madres que no pueden hacer otra cosa que pelearse o consultar idioteces por teléfono. Aprovechando estos tiempos transicionales, entonces, pude concretar las siguientes cosas inútiles para la vida real y supuestamente fundamentales para la existencia administrativa:
a. Saber en qué obra social estaba inscrito el padre de la criatura, conocer los papeles que hay que presentar para inscribirse, y descubrir que todo trámite es personal frente a la AFIP. Como él no vive la transición del bebé a upa y eso implica salir a la calle, la gestión se vio trunca, pero todo lo que se podía lograr con el teléfono se consiguió.
b. Llamar a farmacity para quejarme por la mala calidad de una mamadera que compré por error, a la que se le borraron los números con el primer lavado. Nadie me atendió jamás, pero yo trabajé mucho marcando los números en el aparato.
c. Comunicarme con mi nuevo trabajo para saber si otorgaban leches y pañales a los hijos de sus becarios durante el primer año de vida. La respuesta fue negativa, pero yo sí que me enteré por teléfono.
d. Hablar con las dinosaurias secretarias de un organismo de derechos de autor para saber si es posible afiliarse a su obra social. Me informaron que, aunque estaba al cuete en casa mirando a Anabella Ascar, igual seguía teniendo 30 años y sus planes eran pensados para gente mayor. Que no joda. Pero yo eso también lo supe telefónicamente.
En fin, que el tiempo de la transición a upa me brinda siempre electrizantes aventuras con final imprevisto. A ver qué genialidad vertiginosa se me ocurre para mañana.

lunes, 4 de junio de 2012

Amorfos

Las famosas "redes sociales" —que suelen limitarse a sólo una: FBK— sirven para generarte culpas retroactivas por las trayectorias de ciertas personas con las que una ha mantenido una relación en lel pasado. Parientes lejanos que, vaya a saber por qué, se han hecho "amigos" y mandan cadenas horribles de mensajes de superación personal, compañeros de colegio que publican indeclarables orientaciones políticas, contactos que parecían amistosos y se suman a campañas online de lo más apestosas (al estilo de "Yo soy de la mitad que mantiene a la otra mitad", por ejemplo) y, cuándo no, fotos cruzadas de amoríos adolescentes a través de las que se puede observar cómo sobrelleva la adultez aquél que no se animaba a darte un beso a la salida de computación o de gimnasia. Pues bien, ya he referido alguna vez que de aquellos vínculos, uno de mis pretendientes es seguidor de la página de Prat Gay; hoy descubrí que, como si todo eso fuera poco, hay otro que se pinta los labios para salir a la noche. No es travesti: sólo se pinta los labios para salir a la noche. Y yo que creía que habiendo fletado al muchacho que militaba con López Murphy, en el rancio Adrogué, ya estaba salvada de la vergüenza. Cuánta desilusión.

lunes, 7 de mayo de 2012

Refugiado

Por las calles de Lanús, encontré un micro escolar que en el vidrio de atrás tenía una leyenda poco pedagógica: "La envidia es como el sida: se lleva en la sangre". Creí sinceramente que eso sería el núcleo de este breve post, pero no: pocas cuadras después, en Río de Janeiro y 25 de Mayo (para los entendidos), encontré a un señor igual a Fidel Castro. Con equipo de gimnasia proveniente de la marca imperialista y la barba canosa y larga, aunque un poco raleada. ¿Habré develado el misterio? ¿Podemos empezar a hablar de conversaciones y acuerdos secretos entre la Municipalidad de este partido del sur y los revolucionarios? ¿Justo en estos años en los que el PRO se empeña en gigantografiar muñecos de dudosa procedencia política y exhibirlos por las avenidas de mi República? Todo puede suceder en esas calles, ya lo dije.

jueves, 26 de abril de 2012

Calendario

- ¿Querés saber algo deprimente que me pasó hoy?
- ¿Qué?
- Iba en el colectivo para llegar a tiempo a gimnasia, y un pibe pidió en voz alta "un asiento para la señora que está embarazada". Se refería a mí.
- ¿Y vos qué le dijiste?
- Que el bebé ya estaba afuera.
- Ah.
- ¿Pero sabés qué fue lo peor? Que le dije que hacía dos meses que había parido. Y ya hace cuatro. Empecé a mentir la antigüedad de mi no-embarazo para simular que voy adelgazando en tiempo y forma. Me deprimo de sólo recordarlo.

Aunque el padre de la criatura no encontró palabras de consuelo ni de refutación, un par de amigas me semiconformaron diciendo que, si bien esa situación constituye una grácil invitación al suicidio, lo mejor es aprovechar el momento y sentarse oronda en el asiento conquistado por la confusión. Yo no estoy en condiciones emocionales de mentir: sólo me miro la panza y viajo parada haciendo que me divierte sobremanera la cuestión. Buaaaaá.

sábado, 21 de abril de 2012

Paquetes

Y como la revolución empieza por casa, este blog se ha ocupado sistemáticamente de detectar y pintar con fosforescente a las representantes del sexo femenino que, día tras día, se empeñan en representar de manera horrorosa su condición. Así es como este espacio se ha encargado con furia de las LaMes, de las viejas chotas, de las abusivas que hacen pies tontos a la fila en la verdulería, de las haceteleras, y de las murgueras. En esta ocasión, quisiera dirigir el insulto cotidiano a otra variedad de mujer que atenta claramente contra el gremio: la acompañante del conductor. Como surge explícitamente de su posición en el vehículo, no maneja —por lo menos en ese momento—, pero está convencida de que puede esquivar los riesgos del volante aprovechando el beneficio de la puteada y la queja hacia otras conductoras como una forma de plantear competencia, tal vez mitigar un poco de resentimiento y, por supuesto, ligar una sardina tirada al aire cuando diga "viste, mi amor, por eso dejo que siempre me lleves vos".
Existen diversas clases de este especimen que hemos denominado "la mal llevada":
- La que te mira con desprecio desde la ventanilla, como indicando tu idiota decisión de no buscarte un conductor responsable con anatomía fálica. Esto funciona especialmente cuando las mal llevadas circulan a bordo de camionetas gigantes.
- La que imita el gesto del maleducado que la transporta, con notable indignación: mueve las manos indicando "correte de una vez", "estás loca", "sos un desastre", o "qué barbaridad".
- La que se hace cargo de la demanda del señor que la puso dentro del auto, y entonces se vuelve mucho más enfática que él, no sólo con los gestos sino que puede aprovechar que tu posición como conductora se choca con su lugar de acompañante; de este modo, baja la ventanilla y te dedica unas buenas palabras de yegua.
En cualquiera de sus tres variantes, las mal llevadas se merecen una sanción disciplinaria grave por parte de nuestro tribunal. Su resentimiento perezoso no debe molestarnos en la ruta, nabas.

lunes, 2 de abril de 2012

Textiles

Es posible que ahora tenga que escribir más rápido y puntual, en virtud de la licuadora de tiempo en la que se ha convertido mi vida cotidiana por estos meses. Sin embargo, ahora que voy recuperando (poco a poco) el registro del alrededor, no quiero dejar pasar este fin de semana largo, con sus oportunidades ampliadas de ir a los parques y a las plazas, sin emitir esta reflexión:

En nivel de indeseabilidad, la chica que "hace tela" desde el 2010 ocupa el mismo lugar que destrozó "la murguera" durante la década 2000-2009.

Señas particulares: escote flexible, andar descangallado, creencia profunda de que lo que hace es super copado, y omisión deliberada de los obstáculos naturales y/o sociales que le sugieren que se vaya a su casa.

Eso pensé ayer, mientras una "hacetelera" se sacaba la minifalda, se ponía un minishort rosa flúo sobre las calzas, comprobaba que su corpiño estaba a punto de explotar como siempre, le recomendaba al amigo que se la quiere encarar que rompa una rama de un árbol que molestaba para trabar la tela —consejo que fue seguido al pie de la letra—, invitaba a niños para que se enroscaran como ella, se trepaba y quedaba con la cabeza (y los pechos) hacia abajo, mirando a los amigos embobados, los que estaban plantados en la tierra.
Hace algunos años comencé mi campaña contra la murguera; hoy, quiero avisarles de la metamorfosis, pero sepan que el enemigo sigue intacto.

jueves, 23 de febrero de 2012

Afirmación

- ¡Ocupado, carajo, dije 'ocupado'!"

La primera vez que voy a merendar a un local de comidas rápidas, y que por supuesto voy al baño, tal como hacía antes de diciembre. Sin embargo, mi mundo ha cambiado tanto, que hasta esta actividad, antes tan plácida y sin inconvenientes, ahora se me volvió una emboscada. "¿Querés ir al baño? Andá al de abajo", me dijo la empleada. Y fui al pútrido baño de emergencia que está destinado a las personas de movilidad reducida, a los bebés cuyos pañales tienen pedido de captura, y a todos los que desestiman subir una escalera para encontrarse con los sanitarios. Apenas ingresé y me sumergí en el estilo personal que hace imposible salir rápido, tanto en términos de ropa desubicada como de posición corporal no lista para la carrera, aproximadamente el 95% de los clientes del negocio, más el 80% de los transeúntes que decidieron hacer una parada técnica, empezaron a manotear el picaporte y a decirle al de seguridad: "Pero esto está cerrado, señor, ¿funciona en serio? ¿Por qué no se fija si lo puede abrir?" Así es como pronuncié 22 veces la palabra "ocupado", 2 veces dije "ya  voy" cuando alguien me preguntaba "¿tiene para mucho?", y 1 contundente vez "¡ocupado, carajo, dije 'ocupado'!", cuando directamente destrabaron desde afuera la puerta y se disponían a entrar con armas. ¿El resultado? El hombre de seguridad que, con cortesía después de haberlo puteado a través de la puerta, me explicaba que "todos" estaban apurados porque una señora debía cambiar a su bebé, tres mujeres mirándome con cara de "qué loca que estás", y la madre en cuestión con gesto de reproche, como si yo no supiera que los bebés empastados siempre pueden aguantar 15 minutos más. Volver después de mucho tiempo, y descubrir que la ciudad sigue siendo tan invivible como antes. Y yo sin bebé en brazos para capitalizar.

viernes, 13 de enero de 2012

Asesoras

A 26 días de mi ingreso en el universo materno, también he cumplido el mismo lapso en no tomarme un colectivo, en no salir a la calle más que para ir al super chino de la vuelta de casa, en no ponerme ropa "para salir", en no hacerme pan casero, ni en abrir el maldito libro al que lo hago perseguirme por la casa desde que llegué de la clínica. Sin embargo, en este día 26 llegó el momento de anunciarme que no, que no soy la reina de la lactancia materna, que el imperio de la leche autogestionada me reservó uno de los peores lugares, y que soy de esas apátridas de las tetas que, frente a su insuficiencia orgánica, no sólo brega por el consabido vínculo madre-hija a través de la succión, sino que completa la relación dejando pipona a su niña con unas buenas cajas de leche maternizada. Herejía o elección sensata, lo cierto es que estas semanas me han enfrentado a la angustia más profunda con todos los sobreeentendidos de la lactancia en los que quedo irremediablemente orsai y todo el mundo daba por supuesto. Así es como nunca hay un consuelo suficiente para la madre con lactancia deficiente, más que el que decirle "¿sabés que? mandale un mamaderón cuando no se llene y sé feliz, que yo hice lo mismo y mirá cómo tengo al/a la pibe/a". Cuando las sugerencias difieren de esta indicación, el desasosiego tarda tres frases en llegar, embutida en una sílaba repetida en todos los aconsejadores: "ah", que define tanto el "no podés" como el "¿no podés?". Cada uno de los ejemplos que daré a continuación fueron pronunciados por varias mujeres queridas de mi círculo, así que no a sentirse interpelada en forma directa que, para sensibilidad susceptible o viceversa, ya estoy yo manipulando a mis hormonas que adelantaron el fin de semana largo de carnaval.

1)  
- El sacaleche es lo mejor: vos lo usás y así ya te garantizás que tome otra mamadera de tu leche. Le ponés, qué sé yo, 60 mililitros y listo.
- No llego ni a 20, y cuando lo hago ella no tiene qué tomar en la media hora siguiente.
- Ah.


2)
- ¿De esa (teta) no hay más? Claro, de ésa te sacaste recién, no?
- No, es así, es una teta deforme y ahora no tiene más que eso.
- Ah.


3)
- ¿Pero viste cómo te duele todo cuando se está acercando la hora de darle de nuevo? Es porque ya está la leche.
- No, a mí no me duele prácticamente nada.
- Ah.


4)
- ¡Mirá cómo toma la mamadera! Claro, en esta toma no le diste pecho, ¿no? Pero mirá que si no te va a  largar la teta y sólo va a querer mamadera.
- No, acabo de darle media hora de teta(s), pero no le alcanza, por lo que vemos.
- Ah.


5) 
- ¿Dormiste mucho? ¿Cancelaste todas las visitas? ¿Estás comiendo bien, buenos almuerzos y buenas cenas? Mirá que eso es vital para que tengas leche.
- No, claramente "no" a ninguno de los tres ítems. De hecho, el segundo consejo es contradictorio con el hecho de que estés ahora en casa tomando mate conmigo, y ya tengo bastante con no salir a la calle como para que encima no tenga que ver a nadie más hasta agosto.
- Ah.

El mundo está lleno de consejos impracticables y de sugerencias que jamás se van a adecuar a una, pero por un extraño proceso de concentración, prácticamente el 70% de todas estas indicaciones están concentradas en la lactancia materna, que a esta altura es tan inasible para mí como el riesgo país o el tema del verano 2012, ése que (como siempre) es brasileño y (como siempre) parece dulce pero en realidad está emitiendo guarangadas en portugués, tal como se puede adivinar por el pasito que lo acompaña. Como todo en estas semanas de tiempo circular, este post se sigue alargando y no tiene un buen final ni un remate, pero como me tengo que ir a fracasar de nuevo en la alimentación de mi hija, los dejo. Que las tetas los acompañen.

lunes, 9 de enero de 2012

Continuidad

3 señales de que mi actitud integral seguirá siendo tan bizarra e inconducente como antes del 18 de diciembre, día en que nació mi hija:

- En medio de la operación que la extrajo, confundí el olor a quemazón del cauterizador de mi propia carne con un interesante aroma a comida, "a calentito", para referirlo textualmente. Bendiciones alucinógenas de la anestesia y de una cesárea el domingo al mediodía.
- Estando internada, llamé al servicio de instalación de aires acondicionados para avisar que no vayan a casa porque si bien habíamos arreglado cita para el 20/12, se me había adelantado la fecha de parto y no iban a encontrar a nadie. Que disculparan.
- Cuando a la madrugada me quedo dormida y en lugar de pasar 3 horas, transcurren 4 antes de volver a darle de comer, le digo entre lágrimas: "hija, tu madre es Courtney Love, perdoná, no va a volver a pasar". Y pasa de nuevo, obvio.
- Ahora, mientras escribo esto y vuelvo al blog después de varias semanas, ella patalea despierta en el puff que está atrás mío. Todavía no me organicé para bañarla en un horario humano, y suelo sacarla a hacer trámites con la ropa con la que durmió, porque mi capacidad para armar una mañana sensata es equivalente a cero.